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Un niño demasiado risueño o complaciente: ¿Una señal de alerta?

Es natural que nos guste ver a los niños sonreír y ser amables con los demás. A primera vista, un niño que siempre está risueño, que hace todo lo que se le pide sin rechistar y que parece complacer a todos a su alrededor, puede parecer un niño ideal. Sin embargo, a veces, detrás de esa constante sonrisa y ese deseo de complacer, puede estar escondida una preocupación más profunda.

Desde la terapia de esquemas, entendemos que algunos niños desarrollan lo que llamamos un “esquema de sumisión” o “esquema de búsqueda de aprobación”. Estos esquemas se forman cuando, desde una edad temprana, los niños aprenden que para ser queridos y aceptados, deben ser siempre complacientes, agradables y no causar problemas. Puede ser que el niño haya experimentado situaciones donde ser complaciente era la única manera de evitar conflictos o críticas, o tal vez fue la forma en que aprendió a recibir atención y afecto.

El problema es que este patrón de comportamiento, que puede parecer positivo en la superficie, puede llevar a que el niño desarrolle una fobia social en el futuro. ¿Por qué? Porque el niño se acostumbra tanto a agradar a los demás y a evitar conflictos, que empieza a sentir un miedo intenso a desagradar, a no ser lo suficientemente bueno o a ser rechazado. A medida que crece, este miedo puede convertirse en una ansiedad social paralizante, donde el niño (ya adolescente o adulto) evita situaciones sociales por temor a no cumplir con las expectativas de los demás.

Imagina que este niño, que siempre ha sido el “niño perfecto”, empieza a sentir que no puede permitirse ser él mismo, porque eso podría decepcionar a los demás. Este sentimiento de estar constantemente en guardia, tratando de no fallar, puede ser agotador y llevar a un aislamiento social.

Es crucial que, como padres, educadores o cuidadores, estemos atentos a estas señales. Un niño que siempre está sonriendo o que siempre dice “sí” no necesariamente está bien. Es importante fomentar un ambiente donde el niño se sienta seguro para expresar sus verdaderos sentimientos y donde se valore su individualidad, no solo su capacidad de complacer a los demás.

Podemos ayudar al niño a desarrollar una autoestima sana y enseñarle que está bien decir “no”, que está bien no ser perfecto y que es amado por lo que es, no por lo que hace por los demás. Al hacerlo, estamos dándole las herramientas para evitar que esa sonrisa constante se convierta en una máscara que oculte una profunda ansiedad.

Si notas que un niño está mostrando estos patrones, considera buscar la ayuda de un terapeuta que pueda trabajar con él desde una perspectiva de terapia de esquemas. Ayudarle a entender sus propios sentimientos, y a desarrollar un sentido de sí mismo que no dependa únicamente de complacer a los demás, es clave para prevenir que esta tendencia se convierta en un problema más serio en el futuro.

Recuerda, cada niño merece ser aceptado y amado tal como es, no solo por lo que puede hacer por los demás. Ayudémoslos a sonreír desde el corazón, no solo desde la obligación.

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Es natural que nos guste ver a los niños sonreír y ser amables con los demás. A primera vista, un niño que siempre está risueño, que hace todo lo que se le pide sin rechistar y que parece complacer a todos a su alrededor, puede parecer un niño ideal. Sin embargo, a veces, detrás de esa constante sonrisa y ese deseo de complacer, puede estar escondida una preocupación más profunda.

Desde la terapia de esquemas, entendemos que algunos niños desarrollan lo que llamamos un “esquema de sumisión” o “esquema de búsqueda de aprobación”. Estos esquemas se forman cuando, desde una edad temprana, los niños aprenden que para ser queridos y aceptados, deben ser siempre complacientes, agradables y no causar problemas. Puede ser que el niño haya experimentado situaciones donde ser complaciente era la única manera de evitar conflictos o críticas, o tal vez fue la forma en que aprendió a recibir atención y afecto.

El problema es que este patrón de comportamiento, que puede parecer positivo en la superficie, puede llevar a que el niño desarrolle una fobia social en el futuro. ¿Por qué? Porque el niño se acostumbra tanto a agradar a los demás y a evitar conflictos, que empieza a sentir un miedo intenso a desagradar, a no ser lo suficientemente bueno o a ser rechazado. A medida que crece, este miedo puede convertirse en una ansiedad social paralizante, donde el niño (ya adolescente o adulto) evita situaciones sociales por temor a no cumplir con las expectativas de los demás.

Imagina que este niño, que siempre ha sido el “niño perfecto”, empieza a sentir que no puede permitirse ser él mismo, porque eso podría decepcionar a los demás. Este sentimiento de estar constantemente en guardia, tratando de no fallar, puede ser agotador y llevar a un aislamiento social.

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Si notas que un niño está mostrando estos patrones, considera buscar la ayuda de un terapeuta que pueda trabajar con él desde una perspectiva de terapia de esquemas. Ayudarle a entender sus propios sentimientos, y a desarrollar un sentido de sí mismo que no dependa únicamente de complacer a los demás, es clave para prevenir que esta tendencia se convierta en un problema más serio en el futuro.

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La relación del TDA y el consumo de sustancias

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La relación del TDA y el consumo de sustancias

Imagina que tienes un motor en tu cabeza que nunca se apaga. Siempre está en marcha, zumbando, impulsándote a moverte, a pensar rápido, a buscar algo nuevo e interesante que hacer. Así es como muchas personas con Trastorno por Déficit de Atención (TDA) se sienten a diario. Este motor puede hacer que sea difícil concentrarse, organizarse o incluso relajarse. Y, a veces, en el intento de manejar ese ruido constante, algunas personas pueden recurrir al consumo de sustancias como una forma de calmar o controlar su mente.

Desde la terapia de esquemas, entendemos que las personas con TDA a menudo tienen esquemas que se desarrollaron debido a experiencias tempranas donde no se sentían lo suficientemente buenos, o donde se les hizo sentir que no podían cumplir con las expectativas. Estos esquemas pueden hacer que se sientan inadecuados o frustrados, lo que a su vez puede llevar a una búsqueda constante de alivio o escape.

El TDA y el consumo de sustancias están relacionados porque, en muchos casos, las personas con TDA buscan una manera de silenciar ese motor interno, de encontrar una calma que parece inalcanzable de otra manera. Por ejemplo, pueden sentir que ciertas sustancias les ayudan a concentrarse mejor o a sentir que finalmente pueden relajarse. Pero esta solución es peligrosa, porque aunque las sustancias puedan proporcionar un alivio temporal, a largo plazo solo agravan los problemas, llevando a la dependencia y a un ciclo difícil de romper.

Es importante entender que el consumo de sustancias no es la respuesta a los desafíos del TDA, sino una señal de que algo más profundo necesita atención. Quizás hay un esquema subyacente de fracaso o de no sentirse comprendido que está impulsando esta búsqueda de alivio. Al trabajar en estos esquemas, podemos ayudar a la persona a encontrar formas más saludables de manejar su TDA, como la terapia, la medicación adecuada y técnicas de afrontamiento que no involucren el consumo de sustancias.

Además, es esencial crear un entorno de apoyo donde la persona se sienta comprendida y validada. El TDA puede hacer que la vida se sienta abrumadora a veces, pero con el apoyo adecuado, es posible manejar los síntomas sin recurrir a soluciones que solo empeoran las cosas.

Si tú o alguien que conoces está luchando con el TDA y el consumo de sustancias, recuerda que hay ayuda disponible. Trabajar con un terapeuta que entienda el TDA y los esquemas subyacentes puede marcar una gran diferencia. No tienes que enfrentar este desafío solo, y hay formas saludables de encontrar el equilibrio y la paz que tanto buscas.

El camino no siempre es fácil, pero con la comprensión adecuada y el apoyo necesario, es posible manejar el TDA sin recurrir a sustancias, y empezar a vivir una vida más plena y satisfactoria.

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Las emociones y la supervivencia en tiempos de violencia

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Las emociones y la supervivencia en tiempos de violencia

Las emociones tienen una función primordial: nuestra supervivencia. En momentos como el que estamos viviendo en Culiacán, Sinaloa, donde la violencia y la muerte parecen omnipresentes, nuestro cuerpo emocional reacciona con miedo. Este miedo surge ante la incertidumbre y la sensación de peligro, activando nuestro sistema de alerta. Es normal sentir miedo, ya que su función es protegernos, pero, ¿cómo podemos manejarlo sin dejarnos abrumar por él?

Lo primero que debemos hacer es entender que el miedo no es nuestro enemigo; al contrario, está ahí para ayudarnos a tomar decisiones conscientes y prudentes. En situaciones de violencia, lo más sabio que podemos hacer es seguir las recomendaciones de las autoridades: quedarnos en casa y evitar salir hasta que fuentes confiables nos aseguren que es seguro hacerlo. Esta es la mejor manera de salvaguardar nuestra vida y la de nuestros seres queridos.

Sin embargo, una de las grandes dificultades a las que nos enfrentamos emocionalmente en estos tiempos es la necesidad de hacer algo para sentirnos mejor. El miedo nos impulsa a buscar respuestas y certezas, pero lo que suele suceder es que terminamos revisando sin cesar redes sociales y grupos de WhatsApp, lo cual solo agrava nuestra ansiedad. Este ciclo de estímulos negativos contrarresta lo que el miedo realmente nos está pidiendo: tomar acción para sentirnos seguros.

Cuando nos dejamos llevar por la sobreexposición a noticias violentas y videos alarmantes, entramos en lo que se llama “visión de túnel”. En este estado, nuestra atención se fija únicamente en aquello que alimenta nuestro miedo, y comenzamos a ver peligro en todas partes. Por ejemplo, al salir a la calle, cualquier vehículo que se asemeje a los que hemos visto en los videos, o incluso personas con características comunes como una gorra negra, puede hacernos sentir sobreactivados, desencadenando más angustia.

Por eso, una de las medidas más efectivas para calmar nuestra mente es reducir la exposición a noticias y videos que no aporten información útil. Solo debemos consultar fuentes confiables cuando sea absolutamente necesario, como para saber por dónde es seguro transitar. Además, es importante proteger a nuestros niños de estas imágenes, ya que, si para nosotros es difícil procesarlas, para ellos lo es aún más. Recordemos que los más pequeños son especialmente vulnerables a los efectos de la violencia.

Manejar esta situación emocionalmente está en nuestras manos. Cada uno de nosotros puede tomar medidas para no incentivar más la angustia. Limitemos nuestro acceso a las redes sociales, evitemos hablar constantemente sobre el tema y busquemos actividades que nos permitan relajarnos y distraernos.

Finalmente, hay que tener en cuenta otro fenómeno que puede ocurrir cuando sentimos un miedo muy intenso: la sobrecompensación. Esto se manifiesta como una actitud de excesiva valentía, donde comenzamos a creer que “no pasa nada” y que podemos actuar como si la situación no fuera peligrosa. Esta negación puede ponernos en situaciones de mayor riesgo. Recuerda, cuidar de tu salud mental es igual de importante que cuidar de tu seguridad física. Ante todo, no minimices tus emociones y busca el equilibrio necesario para afrontar estos momentos tan difíciles.

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¿Por qué incomoda tanto hablar de las emociones?

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¿Por qué incomoda tanto hablar de las emociones?

Imagina que tus emociones son como colores en un cuadro. Algunas personas sienten que deben usar solo los colores “fuertes” como el rojo y el azul, porque la sociedad nos ha enseñado que ser fuerte es lo más importante. Es como si nos dijeran que solo está bien mostrar esos colores, y que los colores más suaves, como el rosa o el amarillo, son para los débiles. Por eso, a veces, es difícil hablar de cómo nos sentimos realmente, porque nos da miedo que otros piensen que no somos lo suficientemente fuertes.

Cuando no hablamos de nuestras emociones, es como si guardáramos todos esos colores en un cajón, sin dejarlos salir. Con el tiempo, este cajón se llena tanto que empieza a causar problemas. Por ejemplo, si no decimos que estamos tristes, esa tristeza puede crecer y afectar nuestras relaciones con los demás, haciéndonos sentir solos o incomprendidos. Además, nuestra salud también puede sufrir, porque nuestras emociones son parte de lo que somos, y necesitan ser expresadas.

Desde la terapia de esquemas, entendemos que a veces hemos aprendido desde pequeños que mostrar emociones no está bien, porque tal vez nos hicieron sentir mal por ello o porque creímos que sería peligroso. Es como si lleváramos un escudo para protegernos, pero ese escudo también nos impide conectar realmente con los demás y con nosotros mismos.

Para superar esta barrera, es importante empezar a abrir ese cajón y dejar salir los colores. Hablar de nuestras emociones no es una señal de debilidad; al contrario, es un acto de valentía. Una buena manera de empezar es creando un ambiente donde todos se sientan seguros para hablar de lo que sienten. Esto puede ser con amigos, en familia o incluso con un terapeuta. Poco a poco, nos daremos cuenta de que, al compartir nuestras emociones, no solo nos sentimos mejor, sino que también fortalecemos nuestras relaciones y nuestra salud mental.

Recuerda, todos los colores son importantes en el cuadro de nuestra vida, y hablar de ellos es lo que hace que esa pintura sea completa y hermosa.

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La depresión como síntoma, no como problema

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La depresión como síntoma, no como problema

A veces, cuando pensamos en la depresión, la vemos como un gran monstruo que aparece en nuestras vidas y lo hace todo oscuro y pesado. Pero, ¿y si te dijera que la depresión no es el problema principal, sino un síntoma de algo más profundo? Es como si la depresión fuera una alarma que nuestro cuerpo y mente usan para decirnos que algo no está bien y necesita atención.

Desde la terapia de esquemas, entendemos que la depresión puede ser una señal de que estamos atrapados en patrones de pensamiento y comportamiento que hemos aprendido desde muy pequeños. Estos patrones, o “esquemas”, se forman en nuestra infancia y nos ayudan a interpretar el mundo. Sin embargo, algunos de estos esquemas pueden ser poco saludables y llevarnos a sentirnos mal con nosotros mismos, aislados o sin esperanza.

Por ejemplo, si creciste en un ambiente donde sentías que nunca eras lo suficientemente bueno, podrías haber desarrollado un esquema de fracaso. Este esquema puede hacer que te sientas constantemente desanimado, como si nunca pudieras alcanzar lo que deseas, lo que con el tiempo podría llevar a la depresión. Pero aquí está la clave: la depresión en este caso no es el problema principal, sino el síntoma de ese esquema subyacente de fracaso.

En lugar de ver la depresión como un enemigo a derrotar, podemos empezar a verla como una guía que nos muestra dónde debemos trabajar para sanar. Es como si nuestro cuerpo nos estuviera diciendo: “¡Oye, hay algo aquí que necesita tu atención!” Y es ahí donde podemos empezar a hacer cambios, trabajando con un terapeuta que nos ayude a identificar y modificar esos esquemas que nos están haciendo daño.

Por eso, es importante recordar que la depresión no define quién eres. Es una señal de que algo más profundo está ocurriendo, y es posible trabajar en ello para mejorar. Al tratar la causa raíz, esos esquemas que nos mantienen atrapados, podemos empezar a sentirnos mejor, más libres y con más control sobre nuestras vidas.

Así que, si alguna vez sientes que la depresión está tocando tu puerta, recuerda que no estás solo. Hay maneras de entender lo que te está diciendo y de trabajar en los verdaderos problemas subyacentes. Al hacerlo, no solo estarás enfrentando la depresión, sino también sanando las heridas más profundas que han estado ahí durante mucho tiempo.

La depresión es solo un síntoma, no el final del camino. Con el apoyo adecuado y la comprensión de tus esquemas, puedes encontrar el camino hacia la luz y el bienestar.

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